Literaturgia

Todo ser humano tiene en su interior, en su alma / un sonido bajito, su nota / que es la singularidad de su ser, su esencia / Si el sonido de sus actos / no coincide con esa nota / esa persona no puede ser feliz - SOFIA PROKOFFIEVA

martes, 26 de mayo de 2009

Luna

Luna, eres mi guía
Luna, eres mi sol
Luna que hoy iluminas
Cruces de ayer y de hoy

Estrellas, linternas antiguas
No miren tan fijo el dolor
No miren las falsas promesas
Ni escondan su dulce canción

Y si hablo, no es por la hoja
Los pozos no mojan tu voz
Intentan callar tu locura
Que es fiesta, es lira y color

Oblicua, tiesa e impura
Sos sabia por ser como sos
Cabalgo tormentas profusas
Y muerdo tu vil esplendor

Trompetas que nunca existieron
Se mofan de tanto fragor
Pisando silencios enjutos
Orquestan el Fin del Amor

Luna, eres mi guía
Usina de luces y dios
No sé si serás nuestra amiga
volitiva
efímera
Adiós.

lunes, 25 de mayo de 2009

Los Esperadores

Es curioso cuando alguien se suicida. Todo es tan musical. Primero, unos violines de lo más respetuosos: entran como pidiendo permiso, pasito a pasito, esperamos no molestar, cuerda a cuerda, susurro a susurro gradualmente mayor. Luego, alcanzada una altura pertinente, los violines sangran. Es muy triste, pero deben hacerlo, para eso están. Y el tipo también estaba para eso, hamacándose en el marco de su ventana en calzoncillos. Yo salía del supermercado pero daba igual porque las bolsas cayeron y se rompió casi todo lo que era útil en ellas. Yo, por otra parte, no me rompí; estaba macizo como un enorme roble, acomodando mis anteojos para ver mejor, mientras el suelo parecía fundirme los pies. El tipo en calzoncillos saludaba a su audiencia con una enorme sonrisa, cual fenómeno de circo a segundos de realizar su acto mayor. pensé, mientras le devolvía una pequeña risita como de compromiso, el tiempo-rating hoy nos aqueja a todos, y él tiene que hacer lo suyo, tiene que agradecer y ensalzar la atención circundante. No es en absoluto fácil llamar la atención de esta forma, con este éxito, hoy, ahora, ya: los violines ya se habían destrozado, qué pena.

El tipo seguía allí, balanceándose sobre el marco, sobre su hilito áureo de existencia. Pasó poco más de veinte minutos, pero la gente no se iba. No tenían mejor cosa que hacer que acompañarlo, o tan sólo burlarse de aquél que se rendía y se tiraba de su pequeño y gastado salvavidas individual, fumando y hablando y riendo, afirmándose mejor en sus propios salvavidas, confiados en que no les ocurrirá lo mismo y todo esto mientras los violines volvían a mis oídos, vengativos y reforzados, y yo me aburría a más no poder. No repuse otra vez en las bolsas; no había comprado nada que se asemejara a una persona a punto de tirarse de tan alto. El panorama era grueso, amplio, mas me resultaba nauseabundo de explicar. Sí, las gordas sentadas en reposeras, chusmeando; requetesí, los señores de traje parados, chusmeando; por supuesto que sí, los niños correteaban haciendo ochos infinitos alrededor de los (verdaderos) robles de la cuadra, jugando (y chusmeando: se los podía oír si uno se acercaba lo suficiente a ellos). Y todo se desenvolvía con plena lógica humana: esperar al desdichado, vamos hijo, sin miedo que te atrapamos, y si no lo hacemos, qué pedazo de show, ¿eh?, le voy a contar a todos, vas a ver. No, no vas a ver nada, pero no te preocupés, no te preocupés por nada que seguro tuviste lo tuyo. De seguro tuviste una vida trágica, horrenda; imposible de sostener habrá sido, ni me lo digas, sí, lo imagino pero no, no podés hacerlo, vamos hijo, qué pudo haber pasado tan malo como para dejar esta hermosa vida, tan sólo respirá un poquito, yo sé de esto, mirá, yo he vivido de todo y acá estoy, vivito y coleando, aunque, ya no bailo como antes, aunque... y todo era así: incoherencias desperdigadas alrededor de aquél enorme cuadrado que sostenía el torso de un pobre animal, el único entendido de la cuadra. Me acerqué a la muchedumbre hambrienta para interactuar un poquito; estaban coléricos, escupían cuando hablaban, babeaban y alentaban al muchacho a que lo haga, a que no lo haga, a que se decida de una buena vez, y la bestialidad humana en situaciones extremas no cesaba: todos gritando de todo, y hasta la redundancia había perdido su vital valor. -Cuarenta minutos, a poco éste está esperando que nos vayamos todos a lo nuestro para hacer lo suyo, qué egoísta- vomitó una educadísima señora, postrada en su reposera y cebando mates lavados.

Yo sentía una melodía molesta en mis oídos tapando a todos los demás sentidos ya que al tipo en la ventana lo dejé de ver, la señora lava-mates, afortunadamente, se esfumó, y tampoco podía oler toda la porquería que a pesar de limpiarme quedó enchastrada en mis zapatos, vestigios de compras arruinadas por una pizca de adrenalina. Era consciente de todas aquellas cosas pero no podía sentirlas; en cambio, sí sentía una nítida orquesta colonizando mi territorio norte. Eran varios instrumentos, la cosa había evolucionado, sí que sí, y era muy hermoso ver cómo se rompían, cómo se rompían. Era una verdadera orquesta fatal, carente de estética y autodestructiva como pocas. Al principio, busqué con mis restituidos ojos algún balcón o ventana que pudiesen ser culpables de semejante desarmonía. Nada por aquí, nada por allá. Indudablemente, no podía salir de ningún otro lado que no fuera de mi cabeza, tal vez para musicalizar esta patética obrita que armaron los muchachos y muchachas del barrio. Estás gracioso hoy, sí, fijate, no harían bombos y platillos al respecto, no, te agarrarían de los hombros y, mirándote fijo, te dirían sucintamente: primer acto, vida trágica del personaje principal; segundo acto, decisión del suicidio inminente, acompañado por una comparsa humana haciendo de público, de testigos gregarios frente al acto propulsor; tercer acto, paf. La viejita de los mates cambió la yerba, al fin.

El nuevo mate había dado un par de vueltas largas y creaba una cálida comunión entre los esperadores. Así nos auto-bauticé, “Los Esperadores”, ya que eso era todo lo que hacíamos. Algunos se rieron bastante al oírlo, y decidieron adoptar el nombre en las conversaciones aledañas a nuestro grupo. Estábamos en cuatro o cinco ronditas tomando mates con bizcochitos y se oía alguna que otra guitarra aunque mi cabeza tuviese musicalizador automático. Ya había pasado hora y media y el personaje principal seguía hamacándose enérgicamente, mirándonos a todos. Y a pesar de que todos estábamos disfrutando este imprevisto recreo a mitad de la semana laboral, algunos ansiosos comenzaron a disgustarse y a bramar cansados. Cada vez que alguien manifestaba audiblemente su disgusto contra la tardía arrojada, el tipo en calzoncillos giraba su cabeza con fuerza y apuntaba hacia él con sus graciosos ojos, inerte. Parecía poseído, al menos eso pensaba yo mientras trataba de concentrarme en mi música interior que para estos momentos contenía a unos violines que ascendían y ascendían sin sentido, sin siquiera percatarse en sus instrumentos vecinos, y lo hacían en forma de espiral; casi podía verse cómo giraban huracanados los violines, el piano, los contrabajos y otros instrumentos refinados, dándome vueltas en la cabeza, distrayéndome de la actuación principal.

En un momento me pareció que la señora cebadora de mates me dijo algo o me alcanzó un mate, no me acuerdo. Todo el mundo se calló violentamente tal y como si los hubiesen retado por semejante bochinche, mas la musicalidad en mi cráneo aumentaba y crecía, insolente, y podía entenderla aún mejor. Todos los instrumentos habían logrado una forzada y obscura armonía: ellos llegaban a un punto equilibrado en donde todos los ruidosos sonidos se acoplaban y acompasaban alcanzando un sentido, resultado de una lustración azarosa. Duraba unos escasos segundos que, por otra parte, eran suficientes para mí, para aquella expectativa y para la fugaz aparición existencial de el tipo en calzoncillos, que nos miraba desde arriba, juzgándonos.

La orquesta se apagó del todo y sólo quedó un ritmo regular, como el golpeteo crónico de un martillo inmortal, como un piano siendo castigado con un bastón a intervalos equivalentes, una y otra vez; y el tipo en calzoncillos se paró sobre el marco de la ventana y se quedó allí unos minutos, hamacándose peligrosamente de pie, amagando con arrojarse para finalmente matarnos a todos.

viernes, 22 de mayo de 2009

Disculpen

Señor, ¿no tiene una moneda para darme
¿no? Bueno gracias, señora, señora, ¿me podría ayudar con unas monedas? La molesto un segundito nomás, mire, yo tengo familia, mujer y cuatro hijos, no tengo con qué darles de com
claro, la entiendo, gracias por su aten…disculpen, chicos, puedo pedirles una ayuda, por favor, tengo familia, mujer y cuatro hijos, dos de ellos necesitan pañales, chicos, chicos, chicos

Mejor me siento porque éste va a ser un día largo. Qué calor, por dios; a esta ciudad le falta oxígeno, no hay con qué darle. Después me voy a fijar si el quiosquero de la esquina me puede tirar un sanguchito para el resto del día. Macanudo el quiosquero, siempre me tira algo. Pensar que en otro momento de mi vida no aceptaría ni una moneda que encuentro en la calle, por orgullo. Cuesta muchísimo renunciar a esa imagen construida, eh; cuando tenía un trabajo estable (supuestamente estable)

Doña, ¿le pido una ayudita? lo que pueda, lo que quiera señor, señor, una colaboración por favor, mire, tengo familia, señora, tengo hijos y le agradecería cualquier ayuda, muchacho, querido, vos me vas a entender, mirá, vení un segundito, cómo estás, yo tengo mujer y cuatro hijos, dos de ellos necesitan pañales, cosas básicas, ¿entendés? yo te pido que por favor
sí, sí, lo que puedas
te agradezco muchísimo, en serio, chau, gracias eh, gracias

Cada moneda es un laburo terrible, viejo, qué cosa. Que los pañales, que las necesidades básicas, ya somos tantos los desesperados mendigos que saturamos la sensibilidad social; ya nada los sorprende, las cosas más atroces han sido dichas. Qué dichas ni dichas, recontra dichas, gritadas, lloradas y arañadas en los cachetes y brazos de señores y señoras escapistas, que tratan de eludir toda anomalía posible, que presionan los abrigos contra sus cuellos, reafirmándose en ese lugar que el azar les adjudicó, pero que prefieren racionalizar como merecido. Mejor dejo de gastar neuronas en eso y voy a manguearle el sanguchito al quiosquero.

¿Cómo andás? yo bien, bien, tirando, vos sabrás cómo es. Uh, mirá, ya no sé cómo agradecerte, viejo, muchas gracias. Mirá qué cacho de sanguche, ¿eh? Te agradezco de corazón, gracias. ¿Lo tuyo, todo tranquilo? no te quiero manguear mal, che, pero no tendrás un pucho cualquiera por ahí, ¿eh?. Sí, sí, cualquiera, olvidate, bueno gracias, ya con esto estoy hecho para todo el día, bien tranquilo. Sí, mañana nos vemos entonces, gracias otra vez, gracias.
…gracias, gracias, gracias: lo tengo tan arraigado en la punta de la lengua que ahora ando agradeciendo a cualquiera por cualquier cosa. Gracias, muchas gracias, gracias por la nada, por mirarme, al menos, con esos ojitos llenos de empatía. Thank you very much, turista, thank you por sentirte tan amenazado por aquellos que no podemos hacerle nada a nadie, que no podemos llegar a nadie porque no caminamos por las mismas cuadras ni miramos los mismos locales que los demás. Porque nadie se da cuenta, de una buena vez, que cierta gente vive en otra dimensión totalmente distinta; que vos los tengas a dos metros de tu frágil cuerpito no significa que ellos te tengan a vos a dos metros. Ellos probablemente te sientan a miles de kilómetros, y probablemente ya no les duela, porque ya les supo doler, y ahora todo en ellos se resume a pronunciar las crónicas y frías palabras para
poder darle de comer a mis hijos, ¿entiende?, yo no soy ningún borracho, ni voy a inventar una enfermedad ni nada que se le parezca, simplemente necesito unos pesos para mantener a mi familia.
Bueno, gracias igualmente, por favor, una ayudita, lo que tengan. Muchas gracias por su ayuda, gracias señor, que tenga buen día,
¿alguien podría ayudarme?

¿Alguien podrá ayudarme?

El porqué de las sumas inversas


Calor más pileta de amigo, templado. Frío más toallones, templado; todo tendía a inclinarse hacia la sensación promedio, como en ese momento el Gancia con hielo deliciosamente preparado por el dueño de la casa y de la pileta: Martín. Era un viernes denso y húmedo, como la mayoría de los días de verano en Buenos Aires, y mi cálido amigo se prestó a que le usurpemos su casa con sus juguetitos electrónicos último modelo. Ya estábamos grandes como para usarle los jueguitos de computadora, pero no lo suficientemente grandes como para usarle la bodeguita del padre o las tantas cajas de champán que escondían celosamente en las profundidades de la mansión. Nunca seríamos tan grandes.

Éramos, en total, tres sátrapas: Martín, Sergio y yo. Los tres sentados al borde de la pileta, retardando la felicidad aniñada de mojarnos y ahogarnos como tontos. Mientras Sergio buscaba los puchos, Martín hablaba de su trabajo y de cómo se acercaban sus vacaciones, tan rápido pero desde tan lejos. Yo los miraba a los dos, extasiado de pasar un viernes tan bien acompañado, tanto humana como contextualmente. Me sentía un camarógrafo de lo más poderoso, y era casi como si la decisión de prestar importancia a alguno más que a otro recayera sobre mis hombros; de pronto el protagonista era Martín, claramente, contándome de su inminente rajada hacia Londres para domesticar tan popular idioma pero, y era un cambio de enfoque brusco, oh, allí está Sergio, mírenlo, buscando sus puchos como un desesperado, justificando toda mi teoría sobre la inferioridad humana por sobre todas las cosas. Se agacha, se pone en cuatro patas, revisa el suelo debajo de la mesa, nada. Vuelve a agarrar su bolso (-ya los buscaste ahí, che- le grité para hacerlo enojar), me mira y se ríe irónicamente, revuelve, revuelve, y entonces era Londres otra vez y todo su turismo, toda su potencialidad, toda su hermosura que podía bien traducirse en volver y lucirse con amigos que jamás irían allí; como vestir una nueva remera o poseer un flamante e inútil título expedido por una universidad de tres o, con suerte, cuatro nombres.
-La vas a pasar bien en Londres, actor secundario- repuse. Se me quedó mirando.

La pileta estaba bien cómoda, tibiecita; era climatizada y tal vez por eso la contradicción, la dulce ironía. Nos preparamos unos tragos con licor de melón y nos dejamos llevar por la corriente de la luna, que brillaba tanto; Martín nos explicaba por décima vez que la pileta podría estar diez veces más caliente si quisiera, y yo y Sergio nos mirábamos, entre perdidos y tentados de risa porque nadábamos como perritos y nos imaginábamos conjuntamente (sin saberlo) que si la pileta nos llegaba a mostrar su máxima temperatura estaríamos fritos. Perros fritos, espero que no haya ningún oriental dando vueltas por la casa. Yo escrutaba los rincones de la pileta con un puntillismo mordaz, y ahora mis dos actores eran los que me miraban, aburridos y tratando de entender qué tipo de juego les proponía el director. Yo sólo buscaba una araña gigante que había encontrado en uno de los rincones la primera vez que vine a la pileta de Martín, pero claro, la habíamos matado. Tal vez encuentre a alguno de sus hijitos vengativos, poco importaba, los tragos iban pasando por las tres gargantas despacito, quemando cada vez menos.

Eran las dos de la mañana y nos encontrábamos fuera de la pileta, tomando del pico un champán tan burbujeante que nos hacía parlotear histéricos. Sergio fumaba obsesivamente y, ahora que lo pienso, todos lo hacíamos. A pesar de nuestros veinte años bien puestos, yo sabía que los padres de Martín lo acogotarían con tan sólo enterarse, y se lo dije, soltando una pitada canchera. -Se fueron de viaje, no vuelven hasta mañan...cof, cof...mañana- respondió, peleando palmo a palmo con el cilindro humeante. La noche se consumía al unísono con los cilindros que provocaban un violento catarro en Martín (yo había vuelto a la pileta) y que provocaban un violento placer en Sergio, que entre pitada y pitada sorbía el elíxir espumante, riendo sonoramente y mandando mensajitos de texto sin parar, explicándonos, no sin entusiasmo, que si fumás y tomás inmediatamente después, “quema más”. Yo también estaba pendiente de mi celular, que había puesto sobre la mesa, a unos cinco metros de donde me encontraba, pero el agua me fue vaciando de intención sin previo aviso. Él no decía nada, sólo actuaba, a pesar de mis repetidas réplicas internas de por qué me chupaba a mí a esa hora. Poco a poco fui apagando la cámara cinematográfica, los recuerdos arácnidos, la borrachera entre amigos; me senté en un flotador verde con forma de rosca gigante, y esperé. Yo y mi espera, amigos por siempre, más que con estos dos guanacos. El flotador viraba y se detenía, todas órdenes que le acataba sin chistar a la pileta, conductora voraz, y yo no tenía ni voz ni voto en semejante naufragio patafísico. Sólo una risita tonta, denunciada de inmediato por mis compatriotas que se burlaban. Yo observaba desinteresado cómo sus ojos se achicaban y tiraban humo y eructos, riéndose, inflados y extasiados. La rosca verde comenzó a alejarse de ellos, como si telepáticamente me hubiese concedido tan sólo un deseo.

Por unos minutos me enojé, no sabía bien porqué. Ellos me instaban a que volviese a la orilla, que habían encontrado un tequila mexicano, que la noche seguiría festiva y cálida por siempre. La noticia me calmó y me devolvió a la experiencia amistosa de sedarnos un poquito este viernes sin planes ni rutas. Intenté salir pero mi torso se congeló instantáneamente, por lo que decidí sumergirme y pedirles que trajeran las cosas al borde de la pileta para que yo tomara desde adentro. Ya eran las cuatro y media de la mañana y la casa seguía siendo nuestra, así como las botellas, las mesas, el verde jardín y las transparentes aguas de este acuario gigante. Yo sacudía los pies intermitentemente bajo el agua, contemplando mis caprichos centrífugos y centrípetos, alternadamente, mientras el tequila nos sacudía las cabezas; el alcohol y el agua se me presentaban como hielo y lava, frío y caliente, templado otra vez. Estaba muy liviano flotando en mi rosca verde, casi como si perteneciese a perdurar allí hasta arrugarme como marrano. La pileta y el cielo eran dos cosas bien distintas: Martín había apagado todas las luces de la casa e incluso las del fondo de la pileta, por lo que sólo se veían las estrellas y la gorda luna, como si todas fuesen de mil millones de voltios. Sergio volvió a su celular y los mensajes de texto, seguramente con su novia, y Martín estaba adentro del quincho cambiando de radio, ambientando un poco la caída de la noche y el comienzo de una apertura áurea y anaranjada, mientras yo no podía despegarme del anatema que era ese pozo líquido y la epifanía susurrada por las pequeñas lamparitas que sobrevolaban juguetonas el planeta.

Planeta, planeta Tierra, redondo, redondeado. Cabezas, cigarros, tequila. Excitación de saberse dentro del útero terrestre, y el viento. El viento es alto muy muy alto y me vuela los pelos, la frente, la cabeza. Me la rompe; malla fría, cuerpo frío. Amigos humeantes, ruidosos, terribles. No puedo pensar claramente pero hoy, ahora, amo. En el pecho tengo un amar que es indiscriminado, que es totalizador, mas no absoluto; su alcance es relativo, así como la distancia entre rincón y rincón de la pileta. El amor es uno, es todos, no es nadie, pero existe. Existe para ninguno, el amor no le llega a nadie pero la esperanza de alcanzarlo alguna vez nos abriga a todos como mil millones de lamparitas estelares adentro del pecho.

Amaneció repentinamente, y el cambio de color del cielo me contrajo el cuerpo. Los pensamientos concatenados, las patáforas, todo había sido un gran viaje. Ya era hora de salir. El cielo ya era azul, y me dieron ganas de llorar. Por suerte Martín y Sergio me atajaron a tiempo y nos fuimos a jugar un triangular a la mesa de ping-pong que tenía en su altillo.

jueves, 21 de mayo de 2009

Ella dijo

"She said -I know what it´s like to be dead
I know what it is to be sad."
The Beatles.


Ella dijo algo, y yo la escuché. A pesar de no haberla visto nunca antes, ella conversaba conmigo como si fuésemos mejores amigos, me confiaba todo. Discutimos durante horas sobre lo antagónico, lo misceláneo.

-¿A qué le tenías miedo cuando eras chico?- preguntó, incisiva.

-Bueno...mayormente a lo que a cualquier pibe le daría miedo de chico: monstruos de leyendas y películas de terror, casi todos los insectos habidos y por haber...sí, creo que eso es todo-

-Y a la muerte, ¿no le tenías miedo?-

-No la conocía, no me la habían presentado aún- bromeé. –Es el día de hoy que no la conozco cercanamente, íntimamente, ¿sabés? No he padecido ninguna muerte cercana, ni de amigos ni de familiares, por lo que estoy bastante ajeno...¿y vos?- pregunté, queriendo incluirla en la conversación ya que sentía que estaba hablando demasiado.

-Yo, bueno... no importa demasiado-

-Pero... ¿qué pasa? Podés hablar tranquila eh, confiá-

-No, no, dejalo ahí, estábamos hablando tan lindo, casi murmurando pequeños jazmines de nuestras bocas, vos y yo...- Pareció que iba a decir algo más, pero tomó súbitamente sus labios con la mano derecha, censurándose. Era hermosa, hermosa y filosa.

-Podemos hablar de otro tema, por ahí a vos la muerte te tocó de cerca, es sólo que como vos trajiste el tema a colación...-

-Yo sé lo que es estar muerta-

La fiesta se interrumpió durante unos segundos.

- ¿Co...Cómo...?-

-Eso, ahí lo dije, yo sé lo que es estar muerta. Sé lo que se siente estar muerta- soltó, nerviosa.

La conversación se había tornado tan extraña; estábamos en una fiesta cualquiera en una terraza cualquiera, y la gente que allí estaba jamás se percataría de lo que dos personas pueden llegar a construir dialécticamente, allí mismo, con vaso de cerveza en mano, con educación de colegio público, al menos la mía. Las palabras no se agotan, viejo, qué vas a hacerle, pero cortala con los monólogos internos, la flaquita está ahí, mirándote con esos dos globos brillantes, a punto de llorar o de gritar, esperando una palmada en los hombros o un beso sorpresa.


-¡Bueno!...cualquier intento de reaccionar naturalmente a tu afirmación va a ser fallida así que me ahorro la dramaturgia y te pregunto: ¿a qué te referís, exactamente?- dije con bastante estilo. Bien pibe, bien.

-Mirá, no hay mucho más que decir. Sos muy extraño, ¿sabés? Nunca le conté a nadie sobre esto y sin embargo me dan ganas de decirte todo esto, ahora y a vos, y que me entiendas, no sé, zamarrearte un poco, así- dijo, haciendo la mímica con las manos como si me zamarrease de verdad, riéndose un poco.

-Jaja, soy zamarreable, creéme, pero no tenés porqué tener esos pensamientos. Me hacen enojar de alguna extraña manera, me sería difícil explicarlo pero decime: ¿quién te metió esas ideas en tu hermosa cabecita? Fijate las consecuencias filosóficas, es de locos: vos, en vida, afirmás saber lo que es estar muerta. Es como traspasar una barrera de existencia donde volvés posible el hecho de que un muerto sepa lo que es estar vivo, o algo similar. De alguna manera ponés esta pequeña fiestita en esta terraza patas arriba, y me hacés sentir como si nunca hubiese nacido. Y por último, una cosa es que yo no haya estado cara a cara con la muerte ni la haya sentido cercana a mi círculo pero sé bien de qué se trata y todo eso, o sea, sé lo que es la muerte -

-¿Ah, si?- dijo. Se me quedó mirando unos forzados segundos, evaluando mi labia de turno –No te creo; en realidad, vos sos el que no entendés ni un poquito lo que digo- repuso como cantando el “quiero re-truco” –Ya vengo, sabiondo; hacé de cuenta que me muero por un ratito- concluyó, desapareciendo de mi cuadro de visión, mas yo no la seguí con la mirada.


Yo sé lo que es estar muerta.


¿Qué es lo que quiso decir, a qué viene esa afirmación? Acá estaba yo siguiendo el protocolo de interesarme en lo que ella dice y de sopetón...esto.


Sé lo que se siente estar muerta.


Me dolía monstruosamente la cabeza. No sólo venía esquivando a la muerte, a La Parca, danzando endiosado de fiesta en fiesta, sino que jamás me plantearía el hecho de que una mujer (y una tan hermosa, tan separada de las demás) pudiese enfrentarme de esa forma. Todo estaba tan bien antes, antes. Estaba equivocada, cuando yo era chico, un niño, no era así. Entonces me asustaban las arañas y cucarachas, insectos vivos, corpóreos, materializados; amenazados constantemente por la muerte, pienso ahora, por la muerte escondida bajo la suela de mis zapatos o agazapada entre las cerdas de la escoba o cualquier otro elemento contundente, esperando. Y ellas con sus muchos ojos pequeñitos como granos miraban aterradas y gritaban en su particular lenguaje, con sus tenazas uñas o patas peludas, y yo sólo rogaba que se fueran, no que se murieran; pero allí estaba la oscura succión, en algún rincón que hoy desconozco, llamándonos a todos, bichos y humanos, a que nos acercáramos a escuchar su dulce secreto.

La chica no volvió. Me pareció verla hablando con otro tipo a lo lejos, en otro rincón de la terraza. Tomé varias cervezas asomado hacia afuera, la ciudad. Realmente me descolocó. Me pregunto cuándo es que nos tocará nacer.

Somos manos, nomás

primero

Semejante mamarracho resultó este ser humano
que no es más que una fusión matemática;
espesa maraña de humo y manos, éstas últimas posibles por unos
pequeños y traicioneros
dedos
de dos personalidades:
la patriótica la hipócrita y
la moral enseñada a mansalva
ambas sacras
que permiten la nostalgia
la insensible semejanza
el callejón sin salida, que es
el callejón con salida al mar,
aquél bodegón donde atienden (entienden) mal

segundo

Aprieto los dientes que son de sal
mordiendo la arena
mordiendo mal
tragando un librito antiprovincial
buscando un alivio a ese qué dirán
¿qué es lo que somos?
un eterno preguntar
que pregunta tan solo por preguntar pero ya basta de buscar porque hablar es mirar con un lente especial que sólo nos dirá una sola y única verdad:
la incierta la ingrata la humana la esfumada la pensante la punzante la soberbia la esotérica la múltiple imperfecta
mil respuestas nos dará
mil sin vida
mil
Gritar.

tercero

Transeúntes equipajes
merodean por tu calle
perfumados de importancia
¡son manos!
que pilotean sonámbulas bolsas de órganos jurásicos
que se mofan del supuesto dueño descerebrado
del sueño desmembrado
del hombre desalmado
del simple y rutinario
des
pechado
Somos manos, ¿qué mas?
somos manos, nomás:
manos grandes que segregan
dedos flacos que sustentan
uñas tristes que pululan
hombres mancos.

cuarto y último

amenaza la carilla
amenaza con cerrar
la bohémica diatriba
la insensata performance
qué más da, si todos hablan de la no existencia de ese humo que es amar y al fin de cuentas este mundo fue hecho sin cabezas y por muchas manos
manos creadoras, más no confundirlas
con una mano familiar
que aparece en las revistas
que aparenta seriedad.
Ya una mano se despide
más la otra la seguirá
terminaron de escupirte
su ridícula maldad, que por ser tan visceralmente humana
acaba sin siquiera empezar.

My last first-time poem

can I grow through percussion
can you hear the nonsense in me
a hilarious carnival has flowered
with lots of cannibal roses

you will ask for mercy
cry for balance
beg for spirituality
die for dignity
I may lend you my ears
whipe your tears
squeeze you firmly
build you just as much as kill you
Don`t give up

´cause we´re lost, you´re lost
´cause I´ve found you´re lost, and
you lost me there
somewhere someone gives you one last shot
please, do take it, do rip it out
do Rest In Peace

is the language always this fluent
or is it me that´s being extra talkative
feeling possesive, all-embracing
and still
threatened
by you
saying it´s time for me to go down
and you make a good point, such a good point
sinking me down
with nothing but your hopes of finally finding your path
your mission
your way
Behave


can I grow through percussion
that`s my one and only war
would you hug this sweet, oh so sweet, shadow
(tender result of profound meditation)
neither bleeding
nor being giant?

outgoing tentacles
metallic responses
nowhere below this land

deep
deep
down
liquid
deserted
is the place where I belong.

no todo lo que gira es un círculo

Evidentemente, no es mi culpa
musité con vidente modestia.
La sociedad es la cueva que nos resguarda;
la sociedad es la cárcel que nos iguala.
-es solidaridad- aseguraron;
la solidaridad no es más que auto-satisfacción:
si ayudar no nos diese placer nadie lo haría.

(hasta la humildad es sierva del egoísmo)

Estoy pensando en puertas giratorias; puertas cuadradas que crean figuras circulares.
la animalidad segrega burguesía
¿naturaleza versus
plusvalía?
Un piano acariciado por los Dioses
compuesto por casi doscientas teclas
no, no son teclas
son rojos botones;
inmerso en semejante instrumento refinado
buscando tintas, tragando selvas
no, no son selvas
son bellos dolores.
Mi yo nublado se topó con alguien:
efecto primo del sinsabor
latita de ”coca” en mano es que dijo:
-¡abstinencia, compras y ritmos pop!-

No todo lo que gira es un círculo
no todos tenemos semejante lujo
algunos giramos, sí, giramos…


en un incesante y varado círculo de cuatro lados.

Poem(it)as

Elegí tu mejor fusil
y despedite
de mi mundo

¿Qué sería de tu dios
si se probara
su negligencia?


El insomnio
de estarse riendo
con una caja a color.

La sinergia
se produjo cuando
se miró en aquél charco.

LICENCIA

Creative Commons License This obra by Pablo F. Vázquez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-Sin obras derivadas 2.5 Argentina License.