Un ojo enorme nos vigila: está ciego. Nosotros
contestamos con risas forzadas y pañuelos sucios.
Alguien pregunta por su pasado, no recuerda ni
qué comió ayer. Los demás esperan que su espejo
los deje de mirar.
Entonces leemos los prospectos, los carteles
y las propagandas. Buscamos una explicación
que anestecie las almohadas. Un chico, en la calle,
juega a policías y ladrones. Las luces de la ciudad
brillan como velas petrificadas.
Me habían prometido un mundo precioso
repleto de flores desnudas y tiernas. Los
hombres y las mujeres encandecían de
coraje. Nunca terminan los sueños, o nunca
empezaron. La vida duerme en los brazos
del silencio que la besa.
Me decía a mí mismo -¿a quién más?- por qué
el capitalismo triunfaría. Los motivos eran
tan injustos como rotundos. Ambos tiramos
el sol al centro de la tierra. La última noche
no tuvo ni luna ni estrellas.
.
viernes, 20 de agosto de 2010
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